HOJA INFORMATIVA

HERMANDAD DE NTRA. SEÑORA DE LOS CAÍDOS DE PARACUELLOS DE JARAMA

Boletín Nº 46 - Octubre 2004


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D. FÉLIX SCHLAYER EN BUSCA DE LAS FOSAS DE PARACUELLOS DE JARAMA

Un diplomático en el Madrid rojo. Félix Schlayer. 1938. Traducido por Dña. Carmen Wirth Lenaerts.

 

 El Cónsul y Encargado de Negocios de Noruega en España Sr. Schlayer, tras visitar las fosas de Torrejón de Ardoz y confirmar el fusilamiento de cientos de presos, el día 15 de noviembre de 1936 salió en busca de las fosas en Paracuellos de Jarama, siendo el primero en presenciar aquellas masivas tumbas y dar testimonio de ello.

“Sólo me falta esclarecer las demás actuaciones asesinas... Así es que el domingo por la mañana, una semana después de los hechos aquí narrados, salí para allá con mi joven y animoso conductor y un ‘adolescente’ de 75 años, de origen portugués que había sido hacia años secretario mío y que no tenía mucho aprecio a la vida.

Dejamos atrás el aeropuerto de Tráfico civil de Barajas y cruzamos el Jarama hacia Paracuellos. Este pueblo está maravillosamente situado sobre una elevación perpendicular al valle de dicho río, desde el que se disfruta de una vista espléndida en Madrid y su meseta... Al llegar yo, había en el lugar, entre las casas de aquél pueblo y el declive abrupto de la meseta al valle, un grupo grande de hombres con escopetas de caza y fusiles el hombro. Me acerqué a ellos y les pregunté acerca de las posibilidades que había en el pueblo de comprar patatas para el Cuerpo Diplomático. Replicaron, recelosos, que en ese pueblo no había patatas y que tendría que ir como a diez kilómetros más allá para encontrarlas. Me volví hacia el panorama que se disfrutaba y dije que quería admirar aquella vista, ya que no conocía el pueblo y sus alrededores. Así empecé a andar paso a paso a lo largo del borde mismo del brusco declive, donde ví a alguna distancia un corte profundo como un barranco que me pareció muy sospechoso. Dejé a mi ‘señor mayor’ con los campesinos para que los entretuviera y distrajera, pues enseguida me di cuenta de la actitud, más bien de rechazo, en donde se habían dado órdenes severas y no se fiaban de mí, de modo que de aquella gente no se podía sacar nada. Dos de ellos me siguieron y me dijeron: ‘no vaya Vd. hacia esa parte, que están queriendo probar una granada, y puede explotar de un momento a otro’.

Ahora lo veía claro. Sonreí y dije ‘Estoy muy acostumbrado a las granadas, no me asustan’ y continué mi camino. Al borde del barranco ví a tres muchachitas sentadas que me parecieron más normales que aquellos herméticos labradores y, aparentando no perseguir finalidad alguna, me fui hacia ellas. Los labradores entonces me llamaron, diciendo que volvieron enseguida porque ahí fuera había peligro. Pero yo ya me había adelantado tanto a mi ‘guardia de honor’ que pude aún alcanzar a solas a las muchachas en su trayecto de vuelta y preguntarles, como si de algo muy sabido se tratara: ¿Dónde han enterrado el Domingo pasado a toda la gente que mataron aquí? A lo que una pequeña de unos doce años señaló enseguida hacia abajo, al barranco: ‘Ahí abajo en el barranco’. Mientras que la otra de unos dieciséis años, que seguramente ya sabía más y estaba más aleccionada, añadió rápidamente: ‘pero eran muy pocos, como unos cuarenta sólo’, entonces dije yo ‘¡Vaya! ¡pues autobuses había unos cuantos!, a lo que ella replicó, manteniéndose en lo dicho: ‘Nó, era muy poca gente, igual que otras veces que han matado a algunos aquí afuera, pero sólo a muy pocos, añadió, para restablecer el orden, como estaba mandado! Entretanto las llamadas de los hombres se hacían tan terminantes, que ellas se alejaron corriendo de allí.

La situación se estaba poniendo crítica ya que esos hombres se daban cuenta de que no era precisamente el paisaje lo que había motivado mi visita a su pueblo. Les saludé amistosamente y me fui.

Íbamos en el coche por una carretera que seguía el trazado del río entre éste y el mencionado declive escarpado de la meseta, hacia el pueblo de Cobeñas y yo recorría con la vista el terreno del barranco pero no podía ver señal alguna clara de tierra removida. Entrar en el barranco para investigar parecía, en verdad, demasiado peligroso ya que los labradores seguían en lo alto del cerro con sus escopetas en actitud amenazadora, observando mi coche, no ya con desconfianza, sino con rabia. Seguí, pues, hasta que un recodo de la cadena de colinas nos ocultó a sus miradas. Una vez allí, me dirigí a una casa de labor grande, donde aún había arados de vapor que yo había suministrado hacía ya más de 35 años y, con el pretexto de volverlos a ver, entable amistad con el actual propietario. Llevé la conversación a los recientes acontecimientos, pero aquel señor parecía, efectivamente, no haberse dado cuenta de nada, a pesar de que vivía a sólo 5 o 6 kilómetros de donde se produjeron.

Retrocedimos para tratar de averiguar algún indicio, que nos proporcionaran nuevas posibilidades de información. Tuve suerte: cuando, ya en el viaje de regreso, al no ver señales de lo que buscaba, había dado orden de regresar a Madrid, me encontré, en el puente del Jarama, con un joven de unos dieciocho años que volvía de haber estado arando con sus dos mulas, en dirección al pueblo. Lo paré y le pregunté, con aire inocente, donde habían fusilado a tanta gente el domingo anterior. Señaló hacia la parte del otro lado del río, detrás de nosotros y dijo: ‘Más allá, al otro lado, bajo los ‘cuatro pinos’. Pero no fue el domingo ¡era sábado!’. Hice que me señalase cuales eran los ‘cuatro pinos’, entre los pinos que se veían y aún le pregunté: ‘Y, ¿cuántos vendrían a ser?, ‘Muchos me contestó, a lo que añadí ¿Cómo seiscientos?’ ‘¡Más!’ Me dijo él ‘¡todo el día estuvieron viniendo autobuses y todo el día estuvimos oyendo las ametralladoras!’.

Dí media vuelta y recorrí de nuevo en coche la carretera a la vera del río. Quería detenerme en los ‘Cuatro Pinos’ pero no pude, porque allí había tres tíos, con fusiles, haciendo de centinelas. Por ello mandé conducir despacio a todo lo largo y ví claramente dos montones paralelos de tierra recién removida que iban desde la carretera hasta la orilla del río, de unos 200 metros de largo cada uno. Hasta entonces no los habíamos descubierto, porque, quedaban frente al barranco, al otro lado de la carretera y no en el mismo barranco. Los que dispararon lo hicieron, por lo visto de espaldas al río y en dirección al barranco y a las zanjas se habían cavado con anticipación precisamente a tal efecto. Se me confirmó después que las matanzas se habían efectuado exactamente, como al día siguiente de Torrejón, con la única diferencia de que los vecinos del pueblo no cubrieron inmediatamente con tierra los cuerpos, como en Torrejón, sino algunas horas más tarde, pero también sin hacer distinción entre muertos y heridos. Continué con el coche un poco más allá, volví otra vez y recorrí da nuevo, despacio, esas dos horribles tumbas masivas. De los tres centinelas, uno llevaba ahora, en la mano un par de botas que, por lo visto, había desenterrado entretanto”.

 


Misa Solemne en la Capilla del cementerio de los Mártires de Paracuellos

Don Jesús Alfaro Rivero sacerdote de Jesucristo, ordenado en la S. I. Catedral de Cuenca por el Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. José Guerra Campos (q.e.p.d.), el 2 de julio de 1994, celebró la santa Misa de Acción de gracias en el 10º aniversario de su ordenación, en la Capilla del cementerio de los Mártires de Paracuellos de Jarama, el 3 de julio de 2004 siendo acompañado de un nutrido grupo de jóvenes –más de doscientos-, que cantaron y con toda religiosidad participaron en dicho acto religioso. Al término de la misma, con gran emotividad, se rezó un vía crucis en cada una de las fosas donde reposan miles de caídos por defender un régimen contrario al entonces establecido.

 


SEGUNDA VISITA DE SALVADOR RAÚL RAMOS A PARACUELLOS DE JARAMA

Don Salvador Raúl Ramos, oficial de Prisiones de la cárcel de Ventas durante los terribles meses de noviembre y diciembre de 1936, visitó por segunda vez el pasado domingo 6 de junio de 2004 el cementerio de los mártires de Paracuellos a sus 96 años de edad. Seguidamente asistió a la Misa que celebraron el Padre claretiano D.Ernesto Barea y el capellán de la Hermandad D. Manuel Liébana. A la salida de la Misa, Raúl fue ovacionado y aplaudido por todos los asistentes que allí se encontraban, recibiendo muestras de agradecimiento y de cariño por su valentía y abnegada actitud hacia los presos de aquella cárcel.

Después de Melchor Rodríguez, llamado el ‘Ángel rojo’ por haber interrumpido éste las ‘sacas’ de presos como Director general de Prisiones a partir del día 4 de diciembre de 1936, D. Salvador Raúl fue el que más vidas también salvó, al estar encargado en aquellos meses de la custodia y vigilancia de todos los sacerdotes y religiosos del ‘sótano 1º izquierda’ de la mencionada cárcel, no sólo los salvó de una muerte segura, sino que también impidió que otros muchos civiles que en otras dependencias se encontraban, salieran camino del célebre ‘paseo’. Pero veamos los testimonios de dos supervivientes de aquella cárcel, que ilustran a la perfección la actitud de Raúl al enfrentarse ante los comités revolucionarios de Ventas.

En primer lugar este es el testimonio del Hno. de las Escuelas Cristianas Don Antonio Calvo, de cuando estaba preso en la cárcel de Ventas, y que con el titular Nos salvó Raúl de una ‘saca’, escribió de él lo siguiente:

“Este pareció haber llegado, por fin, en la madrugada del 18 de noviembre [de 1936]. Los más próximos a la entrada del ‘Sótano 1º, Izquierda’ nos despertamos sobresaltados al oír voces en el pasillo, pasada la media noche. Poco después corrieron el cerrojo con violencia y el ruido tempestivo despertó a casi todos los que dormían en la sala.

Había llegado la hora tan temida de la trágica ‘saca’. A la luz de las linternas con que se alumbraban, distinguíamos la figura siniestra de unos cuantos milicianos que forcejeaban por entrar. Ante la puerta, defendiéndola con su cuerpo y esgrimiendo casi a gritos sus razones, se hallaba Raúl, nuestro oficial.

Tenía yo mi petate junto a la entrada, con Manuel Rodeles y Leandro Olalla. Cerca yacían otros escolásticos. Aterrorizado por el aspecto de los milicianos, escuché las palabras de Raúl, que intencionadamente dirigía el haz de su linterna hacia nuestros rostros casi infantiles. Él, que sabía muy bien de qué se trataba, insistía en poner de relieve nuestra juventud e inocencia.

-Pero ¿qué vais a hacer? Si éstos son inocentes; no han hecho mal a nadie. Son cuatro ‘desgraciados’ de estudiantes que no se ocupan más que de sus libros y que están ‘chalaos’ por su Cristo. ¡Mirad! Si son todavía unos críos.

Deslumbrados por la luz de su linterna, cerrábamos nuestros ojos de chiquillos asustados. El resto de la sala estaba completamente a oscuras, pero nadie dormía.

Al fin respiramos todos cuando pareció haber terminado el forcejeo con nuestro oficial. ¿Habría convencido a los intrusos?. Cerraron la puerta y corrieron el cerrojo. Se alejaban...

Habría trascurrido un cuarto de hora. Nadie dormía aún, desvelados todos por la escena anterior, propia de una pesadilla. Y otra vez el cerrojazo. Otra vez los milicianos. Y nuevas razones de nuestro guardián:

-Son unos infelices. Ya veis; no tienen luz en la sala y no se quejan. Les pido mantas y petates para otros y son capaces de dar lo suyo y quedarse sin nada.

Pero todo resulta inútil para convencerlos. Vienen decididos a llevarnos. Lo sabe Raúl. Sólo le queda un argumento. Lanza una interjección blasfema –la única que le oí en ocho meses-, desenfunda la pistola y la empuña gritando:

-¡¡De aquí no os lleváis ni uno, si no pasáis por encima de mí!!

No se atrevieron a insistir los emisarios de la muerte. Abandonaron de mala gana aquella presa para ir a buscar otra más fácil. Otra vez el ruido de sus pisadas fue perdiéndose a lo lejos, mientras nosotros, en la oscuridad, con el corazón sobresaltado, dábamos gracias a Dios.”

 

Don Felipe Ezquerro, también describió cómo fue salvado del ‘paseo’ por Raúl, y gran amigo de éste desde hace muchos años:

 “El día 10 me tocó, con un compañero, la limpieza y aseo de nuestro Sótano. Terminada la faena, alrededor de las 7 de la tarde, cuando me disponía a descansar un rato, un funcionario hizo acto de presencia llevando en la mano un papel muy mal escrito a máquina, sin firma, con un sello en tinta roja un tanto borroso, donde se dice: ‘Por el presente se decreta que Felipe Ezquerro Ezquerro sale en libertad en el día de hoy por orden del Excmo. señor Director General de Seguridad’. Curiosamente la comunicación tiene en blanco el espacio reservado para la fecha; así ‘Madrid      de Diciembre de 1936’.

Me dispuse a acatar la orden, recogí mis escasas pertenencias, prácticamente lo puesto, y me encaminé hacia la puerta. Antes de llegar al rastrillo me crucé con el funcionario de prisiones Raúl Ramos, a quien conocí accidentalmente dos días antes en un pasillo de la prisión. Este excelente funcionario tenía a su cargo la sala donde se habían concentrado a todos los sacerdotes y religiosos de la cárcel, que se salvaron de la ‘saca’ pretendida, dos días después de la de nuestro Sótano, gracias a su actitud heroica, cuando pistola en mano, rechazó el intento con grades voces y amenazas.

Me preguntó Raúl la razón de mi presencia en aquel sitio de tránsito, y, al darle la explicación oportuna, me replicó vivamente: ‘¿Cómo? ¿A estas horas?’. La noche era oscura y había una niebla cerrada. ‘Espérate, espérate aquí’ me dijo. Fue hacia la puerta exterior de la cárcel. Frente a ella, con los faros encendidos se hallaba un automóvil en actitud expectante. Desde dentro, yo vi cómo Raúl se acercaba a la ventanilla del conductor y cruzaba con él unas breves palabras. Como consecuencia, el coche se puso en marcha y se alejó del lugar.

Raúl Ramos penetró de nuevo en la cárcel y exclamó: ‘Sal ahora rápidamente sin mirar atrás y escóndete donde puedas’. Perdón ahora por esta nueva cita religiosa: el 10 de diciembre es el día de la Patrona de la Aviación, Nuestra Señora de Loreto. De nuevo había salvado la vida por caminos humanamente inexplicables.

La libertad absoluta y definitiva no la recuperaría hasta el 28 de marzo de 1939 –Año de la Victoria, con la entrada en Madrid de las tropas nacionales”