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BEATOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE DIOS

Paracuellos de Jarama, 29 de Noviembre de 2003

Lecturas: Dn 7,15-27; 2 Tm 2,8-13;3,10-12; Jn 12,24-26.

1. Según hemos escuchado, el profeta Daniel tiene una visión en la que unas fieras con cuernos hacen la guerra a los santos de Dios: «Yo contemplaba cómo este cuerno hacía la guerra a los santos y los iba subyugando» (Dn 7,21).

A lo largo de la historia, varios son los reinos que, según esta visión, destrozan la tierra: «La cuarta bestia será un cuarto reino que habrá en la tierra, diferente de todos los reinos. Devorará toda la tierra, la aplastará y la pulverizará» (Dn 7,23). En la historia de la Iglesia, muchas han sido las persecuciones contra los cristianos, comenzando desde los primeros siglos.

El enemigo de Cristo vocifera contra Él y mantiene una actitud adversa y cruel contra sus seguidores «Proferirá palabras contra el Altísimo y pondrá a prueba a los santos del Altísimo. Tratará de cambiar los tiempos y la ley, y los santos serán entregados en sus manos por un tiempo» (Dn 7,25).

2. Pero el poder del maligno tiene un tiempo limitado; su victoria es efímera y termina aquí en la tierra; su «dominio le será quitado, para ser destruido y aniquilado definitivamente» (Dn 7,26).

Los que han sido martirizados por el nombre de Jesucristo recibirán la corona de gloria, que no se marchita, y poseerán el reino eterno prometido. Daniel lo describe con la figura del Anciano: «Hasta que vino el Anciano a hacer justicia a los santos del Altísimo, y llegó el tiempo en que los santos poseyeron el reino» (Dn 7,22).

Al final, el triunfo es de Dios y de sus fieles: «El reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Reino eterno es su reino, y todos los imperios le servirán y le obedecerán» (Dn 7,27). Esta es la esperanza cristiana.

3. Hoy celebramos la fiesta de los Beatos Mártires de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que derramaron aquí su sangre por dar testimonio de su fe y fueron martirizados en Paracuellos el día 30 de noviembre de 1936.

Sus nombres son: Diego de Cádiz García Molina y sus compañeros Román, Miguel, Arturo, Jesús y Antonio. El Papa Juan Pablo II los proclamó Beatos en octubre de1992. Sus edades oscilaban entre los 19 y los 43 años; partieron hacia la Casa del Padre en plena juventud y madurez de su vida.

Se distinguieron por su amor a Dios, por su entrega diaria en el cuidado de los enfermos, por su obediencia en la vida religiosa, por su devoción mariana y, finalmente, por la entrega total de su vida hasta derramar su sangre. Al grito de "Viva Cristo Rey" caían en tierra, segados por manos que odiaban la fe cristiana. "¡Hasta pronto! ¡Hasta el cielo!", fueron sus últimas palabras de despedida.

4. San Pablo, en su carta a Timoteo, le recuerda los trabajos y persecuciones que ha tenido que soportar por predicar el Evangelio: «Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor» (2 Tm 2,8-9).

Con estas palabras, estimados hermanos, nos anima a proclamar hoy la Buena Nueva de la salvación traída por Cristo, en esta sociedad descreída que prescinde de Dio; nos alienta a predicar la Palabra de Dios, para que sea luz de los hombres de nuestro tiempo, porque, como dice el Apóstol, esta Palabra no está encadenada (cf. 2 Tm 2,9).

5. Hoy hacemos memoria también de muchos cristianos que murieron en este Camposanto de Paracuellos por dar testimonio de su fe, aunque no hayan sido aún beatificados. ¡Ojalá un día la Iglesia los reconozca como tales y nos los proponga como modelos de testigos de la fe y nos los ofrezca como intercesores nuestros! San Pablo nos recuerda que «todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido» (2 Tm 3,12). Muchos de ellos fueron perseguidos por vivir la fe en Cristo Jesús y por dar testimonio de ella.

En esta eucaristía rezamos también al Señor, para que acoja en su reino de inmortalidad a todos los que aquí murieron. Muchos de ellos dieron prueba de una práctica encomiable de virtudes humanas y cristianas, y de una vida ejemplar, entregada a los demás y animada por los valores de la paz, la convivencia y el respeto mutuo.

6. San Cipriano, obispo y mártir, nos ofrece una reflexión sobre la muerte y sobre la actitud que el cristiano debe tener ante ella: "Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros, significará una gran alegría el poder su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin" (San Cipriano, Tratado sobre la muerte (Cap. 18, 26: CSEL 3, 314).

En el reino celestial nos esperan los apóstoles, los profetas, los mártires, las vírgenes, los evangelizadores, los misericordiosos, los que practicaron el bien, los que trabajaron por la paz, los que socorrieron a los necesitados. Estamos invitados a vivir en la alegre compañía de todos ellos. Nos esperan también entre ellos los Beatos mártires de Paracuellos.

7. El destino final de quienes son fieles a Dios y se unen por el bautismo a la muerte de Cristo es la participación en su reino: «Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará» (2 Tm 2,11-12).

Esta fiesta de los Beatos Mártires de la Orden Hospitalaria nos ofrece un motivo más para entregar nuestra vida al servicio de Dios y de los hermanos. La vida del que se la guarda para sí queda infecunda, pero la vida del que la entrega produce buen fruto, como nos dice el evangelista San Juan: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).

Ser discípulo de Jesús, estimados hermanos, implica servirlo: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará» (Jn 12,26). Los Beatos y los Santos nos estimulan a vivir con gozo la entrega y el servicio a Dios.

8. Hoy es el último día del año litúrgico. Mañana comenzamos el Adviento, que nos prepara para acoger al Mesías. Jesucristo tomó forma humana en su primera venida a la tierra (cf. Jn 1,14), pero vendrá glorioso y con poder en su segunda y definitiva venida, al final de los tiempos (cf. Lc 21,27; Ap 5,12).

El tiempo y la historia han sido sacralizados por Cristo. Hoy no solamente recordamos un hecho pasado, que aconteció en el tiempo, sino que miramos hacia el futuro, esperando la plenitud de nuestra salvación. Los que fueron hechos hijos de Dios por el bautismo y han muerto en Cristo, viven ahora la plenitud de su vida en Él; ésta es la esperanza cristiana.

¡Que Dios les conceda a todos ellos el descano eterno y la felicidad completa! ¡Que el Señor nos conceda a nosotros, los que aún vivimos en este mundo, serle fieles en su servicio y en su seguimiento! ¡Que la Virgen María, que acompañó a su Hijo hasta el pie de la cruz y fue siempre fiel y humilde servidora de Dios, nos ayude con su intercesión a realizar con amor y fidelidad la voluntad de Dios en nuestras vidas! Amén.