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MÁRTIRES  DE  MEXICO

 

“Idolatrías en Caxonos.

 

 

Don Eulogio G. Gillow. Obispo de Antequera, dice que “la provincia compuesta de los seis pueblos de Caxonos fue la ultima que se sometió al yugo de la fé y la más persistente en sus usos idolátricos”.

 Esos pueblos son: San Francisco, Caxono o cajones – actualmente con 240 habitantes -; san Pedro Cajonos, con 1,200; san miguel Cajonos, con 350; Xagacia, con 800; paganiza, con 700; y san mateo Cajonos, con 600, aproximadamente. San francisco ha sido siempre la cabecera.

 Piensa Mons. Gillow que la configuración del terreno- como producto de un cataclismo, pienso-yo excita la imaginación de sus pobladores y forja su carácter, por vivir “siempre con cierto pavor” ante aquellas “moles parduscas que parecen elevarse hasta el cielo y cuyos cimientos parecen ocultarse en las profundidades del abismo”

(Apuntes históricos p. 89).

Además estos pueblos de Cajonos colindan con la parroquia de Mitla, “en donde aun existen los hermosísimos palacios de la muerte y de la eternidad”. Y el propósito Cajonos conserva “muchísimos vestigios de monumentos anteriores a la conquista en las cúspides de su serranía”. E impresionantes son también “los monolitos de granito, tan curiosamente labrados, que sirven de sardineles en las puretas principales de las iglesias existentes en los pueblos  de San Pedro y San miguel  Caxonos, y sus innumerables piedras que forman las paredes del templo de San Francisco, en la cabecera”: todo lo cual facilita el comprender “la importancia del culto que tributaron esos pueblos a sus deidades en la remota gentilidad”.

En efecto, en 1632 se eligió la Vicaria de San Francisco Caxonos: pero con muchos trabajos, “por la poca voluntad de los moradores, se construyeron la iglesia y el convento” (op.cit.,p. 90).

El cronista Francisco de Burgoa, O.P., en la segunda parte de su Historia de la Provincia de Predicadores en Oaxaca, capítulo LXIV, refiere como, siendo Provincial, le toco a él, en el año de 1652, ser parte en el descubrimiento de importantes actos de idolatría, entre árboles y peñas, que un ladino anciano celebraba con el concurso de mucha gente, teniendo en medio “una abominable figura de piedra”. Entre aquellas ceremonias tenia gran relevancia el acto de la confesión de los asistentes, a quienes el dios perdona “y se pueden alegrar y regocijar de nuevo, dándoles licencia para empezar a pecar nuevamente “sé aprenhendio a cuantos se pudo. El anciano “sacerdote murió presto con señales de arrepentido “cuenta Burgoa. La autoridad civil conoció del asunto juntamente con la eclesiástica.

Pocos años después. En 1684, se abrió causa criminal, por idolatría, contra Nicolás Contreras y socios, de Caxonos.

Luego, en 1691 se instruyo un proceso, en la cabecera de Villa Alta, por una sublevación de indígenas pertenecientes a los 11 pueblos que componían ese cuarto y que dependían entonces de la Vicaria de San Francisco Caxonos: sublevación motivada por la aprehensión de los alcaldes del pueblo de Sogocho y de una viuda importante, acusados de presidir un solemne acto de idolatría. Sogocho dependía de San Francisco Caxonos. Una muchedumbre armada de palos y machetes, al toque de un clarín, se dirigió a la cárcel y puso en libertad a los presos. Y por su cuenta metieron a la cárcel a un padre y a varios civiles españoles. Y querían matar a “su padre Misionero”, que escapo encerrándose en la iglesia. Pero no tardan en pedir perdón los cabecillas, temiendo el castigo, alegando que había obrado mal “por ignorantes e incapaces”. En realidad, no se había podido identificar a los principales responsables del motín. Por lo cual la autoridad se concreto a darles a todos una seria reprimenda y amenazar a aquellos cuya responsabilidad como principales promotores se descubriera.

Y continúa la historia de la idolatría en los pueblos de Caxonos.

Pero primero conozcamos la institución de los fiscales de los pueblos indígenas.

El P. José Antonio Gay (1833 – 1866) en su historia de Oaxaca (2 vols) escribe, al tratar del tercer concilio mexicano de 1585, que este merece ser contado entre las más  notables que se registran en los anales de la iglesia, “por la sabiduría de sus decretos, la elevación de sus miras la oportunidad de los medios escogidos a su intento”    siendo uno de estos la institución de los fiscales indígenas:

 “(…) cada obispo debe tener a su lado un eclesiástico caracterizado por su inteligencia y ejemplar virtud, constituido por oficio defensor de los derechos de la iglesia y censor de las costumbres del clero y del pueblo de cada diócesis. A semejanza de tan respetable personaje, quiere el concilio que en cada pueblo se elija un anciano, distinguido por sus irreprochables costumbres quien al lado de los párrocos sea perpetuo censor de las costumbres publicas. Tales ancianos son conocidos con el nombre de fiscales, y es su oficio principal inquirir y perseguir los delitos y vicios que perturben la moralidad, descubriendo al cura los amancebamientos, adulterios, divorcios indebidos, perjurios, blasfemias, infidelidades, etc. Nada más propio y eficaz para mantener entre los pueblos cierta severa disciplina, que sea institución, usada por los romanos y que aun vive en Oaxaca, sí bien ya de generada”.

 

 

Los mártires de Caxonos

 

El día 14 de septiembre de 1700, como a las 8:00 de la noche, estando en su celda el P. Fray Gaspar de los Reyes, ministro de la parroquia de San Francisco Caxonos, se le presentaron Don Juan Bautista, cacique del pueblo, y poco después Jacinto de los Ángeles, natural también de ese lugar, en razón de su oficio de fiscales de la vicaria:

 “le dieron parte de que aquella noche estaban convocándoos los indios para un acto solemne de idolatrar, en la casa de un indio llamado José Flores, la cual estaba situada detrás de la iglesias, en una planicie que queda mas abajo”.

 Y añadieron que ya se estaba disponiendo en la dicha casa los gallos y los tamales que habían de ofrecerse. Fray Gaspar rogó entonces a Diego de Mora herrero, de 50 años de edad, y a Manuel Rodríguez, carpintero de 18 años, ambos españoles por casualidad en el convento-curato, que fuesen con los fiscales denunciantes, para que desde lo alto de una peña de allí cerca viesen lo que ocurría en el patio de la casa de José Flores. Y, ciertamente allí estaban algunos indios he indias matando y pelando gallos de la tierra, vieronlos a la luz de los ocotes encendidos que otros indios también en las manos; y durante largo rato vieron también que iban llegando continuamente mas y mas indios e indias a la misma casa, era clarísimo que con el exclusivo objeto de asistir al acto de idolatría. Como a las nueve de la noche volvieron los dos españoles y los fiscales al convento a contarle a fray Gaspar cuanto habían visto.

 Colocado luego diego de la mora en un balconcillo de la celda del convento que mira a la plaza, vio pasar a un indio con unos ocotes encendiendo en la mano y la cabeza tapada en una manta de lana, y observándolo Don Juan bautista, en él reconocieron al alcalde del pueblo don Cristóbal, que iba también alas ceremonias de idolatría.

 Todo esto se le comunico al superior de la feligresía. El R.P. vicario fray Alonso de Vargas y los dos fiscales le dijeron  “padre vamos a cogerlos que ya están en la idolatría”.

 Alonso mandó entonces al capitán Don Antonio Rodríguez de Pinelo, vecino de Oaxaca, y a José de balsalovre, españoles, abogados en la casa de la comunidad.

 Eran como las 11 de la noche. Celebrando concejo los dos religiosos ya mencionados, los dos fiscales indios, Rodríguez de Pinelo, y José valsalovre, maestro carpintero; Diego de mora, Manuel Rodríguez, diego bohorquez criado de fray Gaspar; otros dos españoles y José de la Trinidad, jovencito de 12 años y esclavo de Don Antonio Pinedo, decidieron sorprender a lo idolatras. Sin hacer ruido se dirigieron el grupo a la casa de Don José Flores, sin encontrara nadie en el camino, quizás, porque estaba lloviznando.

“Los religiosos y sus acompañantes pudieron, por el momento, apercibirse de lo que estaba pasando dentro de la pieza principal. Estaban allí multitud de hombres y mujeres de todas edades, niños y niñas, y hasta criaturas de pecho, en pie los unos, hincados la mayor parte y postrados otros, repitiendo todos ciertos rezos que un indio lector llamado Sebastián Martín, como maestro de capilla, apuntaba, teniendo en la mano una especie de pergamino, escrito con letras grandes, coloradas como de sangre. Se destacaban de los demás D. José de Celi, gobernador del pueblo, y los dos Alcaldes, D. Cristóbal de Robles y D. Juan Hernández, pues tenían unos paños en la cabeza, a manera de capilla y unos huipiles en forma de hábitos blancos, parecidos a los que usan los religiosos”.

 Pero los idolatras tenían sus centinelas en la puerta principal. Y  al dar estos la voz de alarma, adentro se produjo una gran confusión; el P. Vicario gritó ¡qué vergüenza es esta! Y siguió reprendiendo a los idolatras; José de Valsalobre desenvainó la espada y diciéndoles ¡ah, perros, que es esto que estáis haciendo!, arremetió con ímpetu contra los varones dándoles de cintarazos. Y ellos, confusos y corridos, fueron saliendo de la casa, tapándose las caras, apagando velas y ocotes encendidos, y en tropel.

 Con luces nuevas, los religiosos y españoles vieron “sobre una mesa grande, y con los rostros para abajo, unas imágenes de santos, de pintura mexicana, y sobre sus espaldas unos papeles con escrituras misteriosas y dos pasteles o escudillas llenas de sangre, tres candelillas de cera, que habían estado ardiendo,  un tenate lleno de gallos  de tierra, muertos y pelados”, pescadillos, tortillas triangulares con agujero en el centro, tamales, una corteza de palo con algunas gotas de sangre, y un tenate con plumas de pájaro, caballos, lana, algodón y cerdas de animales. Y en el suelo había:

 “una cierva grande tendida boca arriba, y con la barriga destripada, que todavía se estaba meneando, y cerca de ella se veían unos de santos volteados hacia abajo”.

 Y más gallos de la tierra degollados y con las cabezas amarradas a los pies, y un guajolote de la misma manera. Por los mismos indios se va a saber que el diablo solía aparecerse en forma de venado.

 Al día siguiente, 15 de septiembre, un mestizo, D. Pedro, alcalde del pueblo de San Pedro Caxonos, de dijo al P. Vargas que todos los indios de san Francisco Caxonos estaban convocados para atacar el convento aquella misma noche y llevarse a los dos fiscales denunciantes y a Diego de Mora y a Valsalobre, para matarlos. Lo mismo afirmaron poco después los alcaldes del pueblo de San Miguel Caxonos y de San Pedro Caxonos, que a dar cuenta de ello fueron también a San Francisco. Y prometieron defender el convento con sus gentes.

 Por estos y otros avisos, todos los amenazados se refugiaron dentro del convento en la celda de fray Gaspar, por ser la que caía a la plaza “y comunidad del pueblo”. Pero al poco tiempo se dispersaron muchos de ellos y con los dos frailes se quedaron en el convento únicamente los dos frailes –Don Juan Bautista y jacinto de los Ángeles –Pinelo, Diego de Mora, Juan Tirado, Manuel Rodríguez, José Valsalobre, Diego Bohòrquez y Mejia con sus 3 hijos. Y a los naturales adictos de San Pedro, San Miguel y San Domingo Caxonos que desde temprano se les había presentado les ordenaron que se colocaran de la parte de afuera a aguardar la portería y las ventanas de las celdas y pusieron algunas luminarias. Eran como las ocho. Pero estos indios se dispersaron luego.

 Se asoma Juan Tirado al bacón de la celda que da a la plaza, oye murmullos de la gente en el atrio-cementerio de la iglesia, y avisa a sus compañeros para que se prevengan. Cogen sus armas de fuego los que las tenían: D. Antonia Rodríguez Pinelo, Francisco Mejia y sus hijos Francisco y Diego de Mora toman una de las tres de D. Juan Bautista. Se ponen de acuerdo en que no disparan si no para salvar la vida. Al poco rato estalla un gran grito con silbas y el redoble de un tambor.

 Los de los indios amotinados, que son muchos, están con las caras cubiertas con caretas, monteras y paños –auténticos precursores de los Zapatistas de Chiapas-, y algunos de ellos con medias y zapatos y trajeados, para no ser conocidos, y armados con lanzas, hachas, garrochas, caos, machetes y palos. Y con fiera alzara rompen a pedradas algunas ventanas  del convento y a hachazos hacen pedazos las puertas de la portería. Rompen luego las verjas y las hojas de una ventana de la celda en que estaban reunidos los españoles, y cae al suelo, herido de una pedrada, Ambrosio de Morga. Comienzan los de adentro a disparar algunos tiros de aire, pensando que así ahuyentarían a los asaltantes. Al rato  se oye una voz que en castellano llama al P. Vicario, el cual pregunta que quieren; y se le contesta que no tenga miedo; que no puede entregárselos; pero los indios, furiosos, amenazan, si no se les da gusto, con quemar la iglesia y la “comunidad” y destachar el convento.

 Hechas pedazos las puertas del convento, se meten muchos indios en el claustro, iluminado en ese momento por las llamas que se levantan de la casa de Don Juan Bautista, situada en la loma inmediata, y a la que le han prendido fuego. Al mismo tiempo, muchos indios rompen las puertas de las piezas en que han sido guardados los instrumentos de idolatría, y se los llevan consigo. Don António Pinelo, Francisco Mejia padre, Valsalobre y Diego de Mora hacen varios disparos sobre los indios, de los que caen un herido y un muerto.

 Aun más furiosos, los indios gritan: “!Ah, frailes, ahora habéis de morir¡”; y al P. Vicario le preponen: “entréganos a D. Juan y a Jacinto y se acabara el pleito, porque de lo contrario habéis de morir todos”. El Vicario replica: “hijos, no los puedo entregar; si queréis dinero y toda mi celda os la daré”. Y los amotinados contestan: “No queremos sino a Don Juan y a Jacinto”. Replican los frailes: “nosotros no nos metemos en nada, ni los podemos entregar”. Y mientras tanto, uno de los asaltantes, Don José de Mendoza, daba de coléricas patadas en el suelo y gritaba: “¡chico pleito es este! Ahora nos darán a Don Juan y a Jacinto o han de morir estos frailes carnudos”. Como ultimo recurso, el P. Vicario les muestra una imagen de Nuestra Señora que tiene en las manos, pidiéndoles que por aquella Señora se sosegasen;  pero ellos gritan con mayor odio: “quita allá tu virgen, y mira que si no entregas a Don Juan y a Jacinto, hemos de quemar el convento, la iglesia y la comunidad, mas que se pierda todo el pueblo y el tributo de su Majestad”; y en seguida preguntar con ironía que habían de hacer con el alma de aquel hombre que habían muerto los españoles. Quejándose también de que el P. Vicario hubiese dado parte de lo que ocurría a la justicia de Villa Alta y al P. Provincial, y que habiendo el dado ya ese paso “que habían de hacer, les responde el P. Vicario que había sido preciso obrar así, pero que si se arrepienten y piden perdón, el lo obtendría para ellos de los jueces.

 En esto, un indio llamado Jacinto, el chucho exclama: “¡Ah frailes carnudos! Ahora moriréis, ya que no queréis darnos a Don Juan y a Jacinto”, y con un mecate hecho rollo le dan a Don Antonio en el pecho, diciéndole: “entréganos a Don Juan y a Jacinto amarralos con ese lazo, y se acabara el pleito”. “Aguardaos, hijos responde Don Antonio Pinedo, yo os daré todo el dinero y mantas que tengo”. Respondenle los indios: “no queremos nada, sino que nos entregues a Don Juan y a Jacinto”. Alo que responde Don Antonio Pinelo: “Aguardaos, hijos: lo consultare con mis compañeros” y les pregunta a los Padres que deben hacer en aquel caso, a lo que estos responden: “que no tenían intenciones de que se lo entregasen”.

 Sintiendo los españoles que los indios se han subido al techo de la celda donde se hallan y que la están destajando, se ponen en consulta “si no les entregamos estos hombres, nos han de matar” se dicen los unos a los otros. Don Antonio Pinelo les pregunta a los asaltantes para que quieren a los dos fiscales, y se le contesta que para “hacerlos cuartos”. Sin pólvora ni balas suficientes los siliados, resuelven que es preciso entregar a los fiscales con tal que los indios prometan no hacerles otro mal que tenerlos en la cárcel, que al cabo no puede tardar mucho en llegar un buen auxilio de la Justicia de Villa Alta.

 Tal proposición les hace Don Antonio Pinelo     a los indígenas desde el bacón, y estos convienen en ello. Y al ir a ser entregados los dos fiscales, Don Juan Bautista, arrojando al suelo el arma de fuego que trae, dice “vamos a morir por la ley de Dios: como yo tenga a su Divina Majestad, no temo a nada, ni he menester armas”. Y en seguida: “Jesucristo no se defendió con las armas en la mano, y yo estoy dispuesto a morir de la misma manera”. Por su parte, Jacinto de los Ángeles les pide a los religiosos que lo confiesen y que si es posible le den la sagrada comunión, y que el va sin armas a morir también por la ley de Dios.” Y habiendo hecho los dos un acto de contrición son absueltos por el P. Vicario” dice la historia. En circunstancias tan apremiantes fue perfectamente valida esa absolución.

 Pinelo vuelve a existir a los amotinados que se concreten a tener en la cárcel a los fiscales, y los entrega. Sin embargo los dos padres protestan contra tal resolución: aseguran que ellos no tienen ninguna responsabilidad en lo que esta ocurriendo. A mi juicio obraron muy mal los seglares y los frailes: los primeros deberían haber expuesto la vida por salvar la de los fiscales, rompiendo el sitio con las balas, aunque contadas, de que disponían, y los frailes tenían la obligación de prohibir aquella entrega, aun a costa de sus propias vidas también: mucho más que tan solo protestar contra ella ¡Qué lastima! Creo que es único este vergonzoso caso en la historia de los tres siglos de Cristianoamerica.

 

Ya en manos de sus enemigos, Don Juan Bautista les dice: “aquí estoy: si me habéis de matar mañana, matadme ahora”.

En el acto son maniatados los dos fiscales, se les lleva en volandas a la picota, donde se les amarra, y tras de cada tanda de 15 o 20 crueles azotes les decían: “¿te supo bien el chocolate que te dio el Padre? ¿Por qué nos acusaste?” Nada respondían a esto los fiscales, y los azotes se repetían inmisericordes con otras preguntas y burlas, mientras los fiscales solo clamaban por él auxilió de Dios y de la Virgen Santísima, hasta que perdieron el sentido y dejaron de hablar.

Encabezaban el tumulto los indios principales de los 6 pueblos de Caxonos. De la picota llevaron a los fiscales a la cárcel de la comunidad, y de allí, cuando estos recobraron el sentido, los hicieron caminar al pueblo cercano de San Pedro Caxonos, en donde se les azoto de nuevo. San Francisco Caxonos había quedado solitario, son solo el cadáver, tendido en el suelo del indio al que le había tocado uno de los balazos de los españoles. Dos días después el P. Ministro fue llamado para confesar en uno de los pueblos cercanos a otro indio que se estaba muriendo, que había sido también herido de un balazo la noche del día 14. Y el día 15, al amanecer. Los españoles, que permanecieron en el convento, vieron tirado en el suelo, en la calle, a Ambrosio de Morga, el único de los indígenas de afuera que se mostrara partidario de los religiosos: estaba casi sin sentido, herido, a pedradas, en la cabeza ye n la boca, y se le curo como se  pudo.

El jueves 16, a las 4 de la mañana, llegó Don José Martínez de la Sierra, Alguacil Mayor de Villa Alta, con varios auxiliares. Esa misma tarde como 80 indios armados de coas y palos irrumpieron en San Francisco Caxonos y demolieron una casa de techo de teja propiedad de Don Juan Bautista; y habiendo querido hacer lo mismo con la casa de Jacinto de los Ángeles, la mujer de este les alego que desde antes de su matrimonio aquella finca era de ella; pero para que la dejaran en paz tuvo que darles algún dinero. Y ante estos atropellos el Alguacil Mayor se hizo el disimulado, falto de fuerza para reprimir y castigar a los sublevados.

Sin embargo, el viernes 17 los Alcaldes de Caxonos y unos cuantos indios van al convento, como a las 9:00 de la mañana, a pedirles perdón a los Padres y al Alguacil Mayor. Y habiéndoles preguntado por los fiscales, contestan que les habían soltado de la cárcel de San Pedro Caxonos, prometiéndoles no hacerles sufrir más si se iban a Chiapas o a Guatemala.

Cuenta la mujer de Jacinto de los Ángeles que en la mañana del jueves 16 había ido a llevarle ropa para que se mudara; y habiéndolo alcanzado en el llano de San Miguel, entre muchos indios, no quiso el recibir la ropa, diciéndole que ya no le serviría: que Dios sabia el paradero que tendría; que se volviese a su casa y cuidase de los hijos; y ella temerosa de los indios, había regresado al pueblo.

El viernes 17, yendo a una confesión el P. Vicario al pueblo de San Pedro Caxonos, con Sebastián de Rua y Manuel Martínez, en una vereda vieron rastros de sangre.

El domingo 19 no concurrieron los indios a misa y la iglesia permaneció cerrada todo el día.

Con la certeza de que los fiscales habían sido sacrificados y ante la importancia para castigar a los indios, siendo principales responsables los jefes de los seis pueblos de Caxonos, los frailes y sus superiores optaron por disimular y dedicarse exclusivamente por entonces a aquietar los ánimos.

El lunes 20, a eso de las 8 de la mañana, reunidos los indios en el atrio-cementerio, a la suplica de los frailes de que depusiesen todo rencor que pudiesen tener contra los fiscales, respondieron que ya los habían soltado, sin saber a donde habían ido a parar, pero que los buscarían para entregarlos. En el colmo de la hipocresía, hicieron en común un acto de fe y rezaron el Acto de Constricción, e inmediatamente fueron absueltos por el P. Vicario: absolución totalmente nula. Y mientras tanto. El Alcalde Don Cristóbal y algunos otros indios se estaban riendo y decían que si querían aprender a alguno “habían de morir todos y perderse el pueblo”

De rodillas reciben todos la absolución, entran a la iglesia y luego se van a sus casas muy sosegados, pero diciendo a todas horas que si aprendían a alguno, lo habían de defender, aunque perecieran todos… y el problema no era tan sencillo, porque con sus 6 pueblos de Caxonos estaban los otros 12 de su doctrina y 8 de Villa Alta, que eran de su “nación”. En total 26 pueblos, con San Francisco Caxonos en el centro.

¿Qué era lo que había ocurrido?

Del proceso instruido por las autoridades a partir del 23 de septiembre consta: que los indios idolatras habrían perdonado la vida a los fiscales si estos se hubieran dejado llevar de los halagos, promesas y amenazas que en la cárcel de San Pedro Caxonos les hicieron, a fin de que reunieran a la fe cristiana y se les unieran a ellos para practicar la idolatría en lo sucesivo. Luego en la cárcel del pueblo de San Miguel Caxonos los amenazaron con ejecutarlos “puesto que no querían retractarse del cristianismo y seguir las prácticas de la idolatría”. ¿Qué, no ven  -añadian- que la idolatría fue lo que siguieron nuestros antecesores y nuestros abuelos? En seguida, en el pueblo de Santo Domingo Xagacia, les decían: “¿Por qué no quieren entrar entre nosotros, pues que la idolatría llama riqueza?”

Ni un solo momento vacilaron los fiscales ¿Cómo se les mato?.

Un indio de Zoochila, llamado Juan, hijo de Juan de Santiago, le contesto a Sebastián de Rua:

Que estaba en el pueblo de Jahuio oyó que platicaban dos indios de San Francisco Caxonos y decían como al D. Juan Bautista y a Jacinto de los Ángeles los habían muerto; a este lo habían precipitado desde la peña que hay arriba del pueblo de Santo Domingo Xagacia, y a Don Juan Bautista lo habían muerto a hachazos detrás del pueblo de San Pablo, en el monte que media entre dicho pueblo y Santo Domingo de las albarradas, de la jurisdicción de Macuilzuchil, y que por lo que pudiera convenir, lo ponía en su conocimiento”.

Además, a los dos fiscales “les cortaron los pies, las manos y los brazos, y los hicieron pedazos todos, y se los dieron a los perros a comer”, según otro testimonio. Y otro testimonio preciso que “habiéndoles sacado los corazones, se lo habían dado a comer a los perros” “Otro declarante afirmara que a Don Juan Bautista “le habían sacado el corazón, y en él le habían hallado siete señales, que parecía tenia siete corazones”. Y otros testigos declararan que “haciéndolos hecho pedasos –a los fiscales-, y sacándoles los corazones, los habían echado a los perros, que a propósito habían llevado, y no habiendo estos comerlos, los habían arrojado en una laguna que dicen hay en el sitio donde los ejecutaron”.

Todavía mas “José Luis, Alcalde que había sido el año anterior de 1700 de San francisco Caxonos, declaró también (…) que desde el pueblo de San Francisco hasta el de San Pedro, había visto a Bartolomé de Alcántara, Alguacil Mayor del pueblo de San Pablo, ir delante de Jacinto de los Ángeles, tirando del cordel con este estaba maniatado; y que en el sitio donde se habían ejecutado dichas muertes, había visto también a Nicolás de Aquino y Francisco López beber un poco de sangre de la que vertían los cuerpos de Don Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, agregaron que se lo había aconsejado Nicolás Antonio, del pueblo de Santo Domingo, para que pudiesen andar”.

Y otro testigo Cipriano de Aquino declara “haber visto a francisco López y a Nicolás de Alquino beber de la sangre que vertían los cuerpos cogiéndola con la mano”.

Otros testigos precisaron que después de azotar a las victimas, les habían cortado y quemado las plantas de los pies y por ultimo les habían quitado la vida a maquetazos, degollándolos después. (Apuntes Históricos, pp. 123-136, 169-172, 191-194, 217-219.)

Pero antes de que las autoridades de Oaxaca y de Villa Alta procedan contra los culpables, los indios han pedido perdón alegando “su cortisima capacidad, su miseria y su ignorancia”. Y acuden a la iglesia y se postran como santos, muy al pendiente de lo que pudiera ocurrir, pues hasta en México tienen espías.

Por fin, se abrió el proceso. Basta con decir que fueron torturados, para hacerles declarar la verdad y denunciar a los de más responsables, don Cristóbal de Robles, Alcalde que había sido de San Francisco Caxonos el año anterior, mas 4 indios principales y otros 25 indios; y los 15 son ejecutados el 11 de enero de 1702,  y a los 15 se les hace cuartos y se les corta la cabeza.

Condenados son también a muerte otros 17 indios, pero aceptándoles la apelación que presentaron para ante la Real Sala del Crimen de la Real Chancillería de México. Y no consta si esta perdono o no a estos 17; pero Mons. Gillow cree que sí.     

Otros dos fueron condenados a sufrir 200 azotes públicamente; y uno de estos con coroza untada de miel y salpicado él de plumas, y luego expuesto al sol, amarrado a una escalera, por espacio de una hora.

Y se mando derribar la casa de Sebastián Martín, de San Francisco, en la que se hizo la junta en que se determinaron las muertes de los fiscales;  y que con sus materiales y cuantos más fuesen necesarios, reedificaran, a la perfección, los naturales de San Franco Caxonos, por su propia cuenta y trabajo, la casa que le quemaron y derribaron a Don Juan Bautista, y que en el sitio, ya limpio y desembarazado, en que había estado la casa de Martín, se fabricara, de obra firme, una ermita o humilladero abierto a los 4 vientos, con su cubierta decente de bóveda o teja, y dentro, una peana, y sobre ella dos cruces grandes e iguales, a la memoria de los dichos fiscales indígenas don Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles.  Y de todo esto se ejecutaran en el termino de dos meses.

 Uno de los asesinos, Juan Piche,  pretende a la viuda de Jacinto de los Ángeles, la cual le promete corresponderle y casarse con él si la lleva al lugar donde estuvieran enterrados los restos de los mártires.

Acepta el Piche la condición, y al llegar con la viuda al crucero de Xaganiza con Santo Domingo Caxonos, que es el lugar señalado por aquel “ve la viuda de Jacinto una mata de azucena de Castilla muy frondosa que tenia una flor abierta”, la cual no puede darse si no en serrado solar y bajo cultivo.

Rompió a llorar “la viuda a voz en grito, con forme a lo convenido con sus cuñados, y en el acto los hermanos de Jacinto de los Ángeles, que ocultamente los habían seguido, corrieron y aseguraron a Juan Piche, y procedieron desde luego a exhumar los restos mortales, encontraron en efecto, el esqueleto de un hombre, estando los huesos bien conservados y muy blancos, advirtiendo que el lugar donde hallaron la flor de azucena correspondía al del corazón en el cuerpo del difunto”  (Apuntes Históricos, pp. 188-189).

Pero ¿Qué tiene que ver todo esto –preguntara el lector- con la Historia de la Inquisición en la Nueva España? Lo he narrado porque pienso que esto muestra el error que por espíritu de misericordia para con los indios cometió Corona al hacerlos exentos de ser juzgados por la Inquisición por crímenes contra la Fe y las sanas costumbres, como si no tuvieran ellos verdadera malicia  en estas materias, teniéndola extremada.  Porque siendo la Inquisición un tribunal no solo mas temido que los tribunales civiles, sino también si no también más eficaz que estos en la persecución y castigo de la idolatría; mas fácilmente la hubieran extinguido. Y también veo, por otra parte que en casos graves, como el orden.                                       

Común destrucción de propiedades y asesinatos-, podía ser y de hecho era más dura la Autoridad Civil durante la investigación judicial correspondiente, sin que estuvieran exentos los indios de la prueba del tormento, con más cuidado y menor frecuencia aplicados por la inquisición que por aquella.

Y en cuanto a la imposición de la pena de muerte, tampoco era más escrupulosa la Autoridad Civil que la inquisitorial.

Así es que nada salían ganando de hecho los indios, y si sé hacia más audaz la idolatría, por al convicción de que era un privilegio y aun una licencia de los indios… la tal exención.

Solo me falta decir que la idolatría persistió en el distrito de Caxonos –y de toda la Nueva España sólo allí- cuando menos hasta fines del siglo XIX, según lo hace notar Monseñor Gillow, Obispo – Arzobispo de Oaxaca en esos años.

¡Quien Dios que muy pronto sean beatificados aquellos dos fiscales indígenas de San Francisco Caxonos como mártires de la fe Católica!.”

 

 

El pensamiento, el deseo de Don Salvador Abascal de la beatificación de estos mártires de la Fe, esta pronto a realizarse, cuando a fin de mes, el Santo Padre nos Visita.

 Ayúdennos a difundir  estas biografías para que estos, nuestros mártires, sean dados a conocer entre nuestro pueblo.